- Es casi la hora, Thymea —anunció una voz a su espalda. La joven desvió la mirada un instante hacia la clepsidra situada en una esquina y asintió.
Se arrebujó en la capa en un gesto instintivo, más debido a las palabras de su mentora que al cierzo nocturno, y volvió a escrutar el cielo con la esperanza de contemplar de nuevo la caída de una estrella. Por toda respuesta, el firmamento le mostró su rostro más sereno e inmutable.
- Dicen los sabios que quien disfruta del privilegio de contemplar el prodigio de la caída de una estrella de los dragones es recompensado con una experiencia única y enriquecedora - apuntó la Ermitaña, con intención de infundirle ánimos.
- Quizá sólo se refieran a la propia contemplación del portento -respondió Thymea tras darle la espalda al ventanal y al hermoso parteluz de alabastro que lo dividía.
- Pronto lo averiguaremos. ¿Te sientes preparada? - Thymea ignoró un inoportuno vuelco del corazón y asintió. Llegados hasta allí, las dudas debían quedar atrás. Aquélla era la principal enseñanza que su maestra se había esforzado en transmitirle durante años. El resto, afirmaba, se conseguía con una constante adición de conocimientos y largas sesiones de entrenamiento; una equilibrada mezcla de talento, habilidad y tesón.
Si podía mantener ese equilibrio, pronto habría superado su Prueba.